Nueva York me mata. De día y de noche. Me mata su variado color y el gris plomo que lo tiñe, me mata su frío y su calor. Me mata lo alto y estrecho, lo ancho y bajo de sus proporciones, lo impoluto y lo oscuro, la libertad y el caos. Me mata su riqueza, en el lujo y en la pobreza, en la diversidad, que la hace única. Me mata el brillo de las torres y el vapor que emana del suelo. Me mata el verde y el gris, el césped y el hormigón, el agua, los puentes y más hormigón. Me mata lo natural y lo procesado, lo ácido y lo básico. Nueva York me mata con sus luces y sus sombras, lo racional e irracional, su grandeza y su simplicidad.
Matame, pero hazlo despacio.
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